miércoles, 22 de abril de 2015

Fogata de vida

Una fogata, las olas y el mar. La perfecta salida para cualquier joven y si es con amigos, mucho mejor.  Pero no estaban, no pudieron asistir (clases, estudios, trabajo u otras diversiones) y él no podía cancelarse a sí mismo, había esperado tanto para reencontrarse con ese lugar que le hacía sentir completo, el mar, y así lograr escapar de la ciudad. Además, ya le empezaba a gustar más la idea de ir solo.

Un escape, un verdadero escape de todo y todos. Llegó al atardecer, justo cuando todos los colores de ese cielo sureño le daban la bienvenida. No pudo evitar sonreír, gritar y dejando sus pertenencias en cualquier lugar de la arena. Corría y corría, volaba y nadaba junto a esas brisas marinas que rozaban su rostro. Hasta que el espectáculo termino en oscuridad.

Una fogata, las olas y el mar lo acompañaban mientras estaba recostando en la arena rodeándose de música por sus auriculares y un reproductor de música en el bolsillo. Relajado. Modo aleatorio activado. Seguía relajado  y luego ya no, se acordó de ella. Era la canción de ellos, su gran placer de paz se empezó a desvanecer con apenas unos segundos de aquella melodía.

Ya no podía sentirse bien, tenía que despertar y abrió los ojos, fue entonces cuando la vio echada al lado de la fogata que era lo único que lo dividía en ese momento, sonriéndole, tan llena de vida, tan llena de amor. Él al verla no entendía porque unas lágrimas salían, tal vez era de felicidad o de tan solo recordar que no podía tenerla más. La canción continuaba, su amor también pero el tiempo se detuvo para ellos.

Él la seguía mirando mientras secaba las gotas de su rostro y ella, solo al cielo, luego sentándose para apreciar el mar. Acabó la canción. En ese momento, ella se levantó y se dirigió al mar, él hizo lo mismo porque no podía perderla de nuevo. La siguió lo más rápido que pudo y la alcanzó en el momento preciso cuando el nivel del agua les llegaba a la cintura. Un abrazo la detuvo, con lágrimas que caían queriéndose pertenecer al gran océano.     

La besaba, como la primera vez, como la última, como esta vez. Se acariciaban no como siempre, con cada tacto se daban vida en medio de un mar que solo era su cómplice con cada ola.

La música aún se reproducía. Se suponía que el reproductor ya no debía funcionar al haberse mojado totalmente, pero la canción seguía y seguía, esa canción que le hacía amar y que lo destruía. El amor los seguía envolviendo fueras de las aguas, ahora en medio de la arena y al lado de la fogata, en el mismo lugar donde ella apareció. El calor de ese fuego hizo evaporar sus prendas pero no sus cuerpos, ellos solo ardían. La melodía seguía. Altavoz activado automáticamente. Miradas, sonrisas, besos, tocándose, sintiéndose los dos como uno, sin poder separarse como antes, se unían para siempre.

La canción no era la misma, tenía un final diferente: se había añadido una estrofa más. Se escuchaba la voz de ella desde ese aparato cantando esa parte que repetía “you really hurt me”. Esas letras inundaba el ambiente pero él no se daba cuenta. Solo estaba concentrado en poseerla para no dejarla ir jamás.  Sin embargo, desde que se escuchó esa frase, cada beso y cada vez que las palmas del muchacho la tocaban, la herían. Su cuerpo se estaba llenando de quemaduras que luego se formaban yagas, éstas se abrían rápido para sangrar y sangrar. El sangrado no paraba y ya la había bañado con líquido rojo caliente  totalmente pero aun así no se quejaba por el dolor que producía al aparecer esas heridas, puede ser que ella ya estaba acostumbrada a ese dolor. Seguía sonriendo, lloraba pero la sonrisa no se iba. Ahora la sangre seguía su recorrido hacía él. Su placer y su felicidad lo cegaban de su cuerpo hasta que la luz desapareció dejándolo en la oscuridad.

A la mañana siguiente, se reportó a la policía que habían encontrado un joven en la playa al lado de las cenizas de una fogata. El cuerpo estaba sin vida, sin ningún golpe, rasguño, bala o cualquier señal que lo hayan herido. Lo único que se supo después de la muerte del chico fue que la sangre dejó de correr dentro de su cuerpo. 

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